Para que os hagáis una idea de lo viejuno que soy, mi primera videoconsola fue una Master System II. Todavía recuerdo con cariño las tardes sentado en el suelo delante de la televisión aporreando los botones de ese mando rectangular para pasarme el primer Sonic, recuerdo un juego de Asterix extrañamente adictivo y un juego de fútbol de gráficos bastante austeros. A esta la siguió la maravillosa en infravalorada Sega Saturn, una consola de las de 32 bits que dejaba atrás los cartuchos de toda la vida para emplear CDs (hubo un tiempo en el que los CDs eran el futuro y no algo que utilizas para asustar a los pájaros y que no se te caguen en el balcón). Si hay un juego que seguramente justificara la existencia de la Saturn ese era Panzer Dragoon, un shooter sobre raíles y uno de los —para mí— mejores juegos de la historia. Pero la Saturn fue en su día un indiscutible fracaso de ventas, eclipsada rápidamente por la primera Playstation y la genial Nintendo 64, así que la siguiente consola lanzada por Sega, la Dreamcast —que como no podía ser de otra forma también convencí a mis padres para que me la compraran—, tuvo la presión añadida de tratar de recuperar el mercado perdido, cosa que no logró ni de lejos, pasando a la historia como la última videoconsola creada por Sega.

Pero si algo hay que reconocerle a la Sega Dreamcast es que, a pesar de su poco éxito de mercado, en su catálogo encontramos algunos de los juegos más influyentes de las últimas dos décadas. Juegos como Crazy Taxi, Jet Set Radio, Soul Calibur, el primer NBA 2K o el RPG Phantasy Star Online (uno de los primeros juegos en ofrecer un componente de juego en línea potente de verdad) se adelantaron a su tiempo y dejaron huella en jugadores y desarrolladores por igual. De todos los juegos que marcaron la vida de la Dreamcast seguramente el que más recordamos los usuarios es Shenmue, la obra maestra de Yu Suzuki recientemente remasterizada y lanzada en un pack doble junto a Shenmue II para la generación de videoconsolas actual, y que en 2019 verá por fin el lanzamiento de su tercera entrega.

El impacto que tuvo Shenmue en los juegos desarrollados durante las últimas dos décadas es también la razón por la cual los fans lo recuerdan con tanto cariño. En una época donde los mundos abiertos en tres dimensiones no eran el pan de cada día como lo son ahora, el grado de libertad que Shenmue ofrecía al jugador y el detalle con el que se había recreado una ciudad entera era algo inaudito para la época. Se trataba del juego más caro de la historia hasta ese momento y se notaba.
Shenmue es en realidad una amalgama de varios sistemas de juego. Es una aventura gráfica en la que el protagonista, el hierático adolescente Ryo Hazuki, debe investigar la muerte de su padre a manos de Lan Di, un misterioso maestro de la artes marciales chino. Es también, por momentos, un juego de lucha similar al clásico Virtua Fighter, y también contaba con una de los primeras usos del QTE (Quick Time Event), en el que el jugador debe apretar el botón que aparece en la pantalla durante una secuencia cinemática. Pero todo esto tan solo era —y es— la punta del iceberg. Si algo caracteriza este juego son las pequeñas cosas, los detalles y la capacidad para recrear la rutina diaria de una ciudad entera.

Situado en la ciudad de Yokosuka, en 1986, el nivel de detalle con la que se crearon los escenarios del juego es tal que en la residencia de los Hazuki, por ejemplo, no hay prácticamente ningún cajón o armario que no se pudiera abrir (una tontería, lo sé, pero en aquel entonces era algo inaudito). Los personajes que pueblan la ciudad siguen cada cual una rutina casi real, yendo a trabajar, saliendo por el barrio de bares y locales de ocio, o simplemente pasando el rato en parques y restaurantes. El ciclo de día y noche va también acompañado de las estaciones pertinentes. Cuando llueve, las calles se llenan de paraguas. Cuando nieva, aparecen montículos de nieve en los arcenes. Cuando lo jugué por primera vez en el año 2000, había días en los que me daba por dejar de lado la historia para simplemente acosar a los personajes anónimos, cual voyeur, y seguirlos en sus rutinas, cosa que resultaba extrañamente fascinante. Algunas veces me quedaba en el arcade jugando a juegos clásicos de Sega (ojo al detalle de que en la casa del protagonista tienes una Sega Saturn a la que puedes jugar a medida que consigas juegos). Todo contribuía a convertir el mundo de Shenmue en un organismo vivo y ‘realista’ que iba más allá del tener que superar los niveles o retos marcados por la trama.

Con todo esto no se trataba de un juego perfecto, y jugándolo ahora después de tantos años sus problemas se hacen más evidentes si cabe. Se podría decir que es un juego que requiere de una aproximación un tanto distinta a la mayoría de juegos modernos (o incluso a otras remasterizaciones a las que estamos acostumbrados). Shenmue puede ser un juego frustrante. El hecho de que cada personaje secundario siga su propio horario implica que a veces tienes que esperar a que llegue la hora de poder encontrar a ese personaje que te tiene que facilitar la información o pista necesaria para que la historia avance. Esta versión actualizada consigue mantener la esencia del original con todas sus consecuencias y eso es de admirar. Explorar los barrios de Yokosuka sigue siendo una experiencia única, casi relajante. Es remarcable como los gráficos todavía mantienen un grado de sofisticación que no sugiere para nada los 20 años que tiene el juego. Claro que algunas animaciones son muy rígidas y las texturas soy muy simples, pero la Dreamcast era una muy buena máquina y Shenmue exprimió toda su capacidad.

Los controles y algunos aspectos de la mecánica de juego son los que más han sufrido el paso del tiempo. El control con el joystick es impreciso al caminar o correr por los escenarios, y la cámara a veces se niega a seguir tus órdenes dificultando la interacción con los objetos. Incluso en las luchas te sorprendes incapaz de encararte a tu rival. Los diálogos siguen siendo algo limitados y en ocasiones redundantes, aunque se agradece poder elegir el doblaje original en japonés. Las situaciones que eran un tanto ridículas ya en su día, ahora lo son todavía más (como el tener que ir buscando marineros por los bares). El ritmo pausado, sometido al paso del tiempo dentro del juego, hace que a veces tengas la sensación de estar matando el tiempo dentro del mismo juego (lo que no deja de ser irónico, si se piensa en ello) a la espera de que la historia arranque. Para que os hagáis una idea, hay un momento en el que Ryo debe encontrar trabajo en los muelles. Durante esa parte del juego, tu rutina pasa a incluir una carrera de carretillas elevadoras y un buen rato de cargar palés de un lado a otro del puerto (cada día). Lo curioso es que este ritmo pausado y casi tedioso de juego forma parte del encanto que tenía desde un primer momento y para los que lo jugamos hace 20 años resulta extremadamente agradable y nostálgico volver a experimentarlo. Shenmue tiene un punto de contemplación que se ha perdido en un mundo donde todo es velocidad, acción y ruido.
Es posible que los jugadores más jóvenes que han crecido en la edad dorada de los GTA y Assassin’s Creed encuentren la experiencia de jugar a un juego como Shenmue no del todo satisfactoria, pero creo que es importante reconocer su lugar en la historia del videojuego como arte en constante evolución. Para aquellos que no conocéis Shenmue o no lo habéis jugado antes, solo os digo que le deis una oportunidad. Los dos juegos, Shenmue I y II, remasterizados se venden juntos a un precio más que justo y os aseguro que pocos juegos tienen un componente tan inmersivo como este. Porque los detalles son lo que hacen de Shenmue un clásico y son el legado que sigue tan presente en los juegos modernos de los que disfrutamos hoy en día.
